16 de Octubre de 2005
Prólogo para Alfonso XIII: un enemigo del pueblo, de Pedro L. Angosto
Alfonso XIII fue un mal rey. Nació y reinó una época difícil para España, y él fue una dificultad añadida, a cuya torpeza hay que agradecer que, en fin, desapareciera la Monarquía y llegara la República, aunque su dinastía no dejó nunca de esperar la restauración que al final le llegó. Lo que se llama en 1898 “El Desastre”, la pérdida de las últimas “perlas de la corona”, Filipinas y Cuba, le alcanzó siendo un Rey Niño junto a su madre, Maria Cristina, en cuyo regazo presidía consejos de ministros a los tres años de edad, vio venir el final de su reinado y de la vieja España; todo lo que quiso hacer para impedirlo se le convirtió en trampa, como quien se agita en un pantano, y apresuró su hundimiento.
El Desastre produjo numerosos bienes al país: el regreso de los soldados hambrientos, enfermos y mal tratados por sus jefes, rehizo un poco el campo que habían abandonado por el servicio militar; como ese campo se rehicieron ideas de los que siempre habían sido aniquiladas, como las que trascendían de Francia desde principios de siglo. Como Iba a ocurrir en los años sesenta del siglo XX, cuando las grandes potencias europeas se desprendieron o perdieron simplemente su imperio colonial, la nación comenzó a recuperar el aliento que venía perdiendo desde otro peor rey, Felipe II, porque los imperios solo trajeron riqueza a los grandes, aristócratas o empresarios favoritos, y los gastos los pagó el pueblo con impuestos y sangre. Podríamos considerar que el último imperio español fue el de Franco; un imperio con los limites de su propia patria, traído por los mismos.
Aún Alfonso XIII fue llamado “el Africano” por esa guerra de sustitución que fue la de África, donde los generales volvieron a ganar medallas. África: un nombre pomposo para una sola y pequeña franja en territorio rifeño que trataba, por voluntad inglesa y de otros países europeos, de evitar que Francia tuviera una posición privilegiada en el Estrecho que pudiera oscurecer la de Gran Bretaña: los enormes cañones protegidos por la roca del monte apuntaban hacia todo barco, hacia toda tropa, que quisiera atravesar o transitar. Otra vez España volvió a sufrir los gastos de sangre y de dinero de la guerra estúpida, incomprensible; y Alfonso XIII el África, el mal rey, tuvo que llamar en su auxilio al Ejército. La dictadura de Primo de Rivera se recuerda aún como uno de los períodos de malestar y dominio en España de un solo hombre, pintoresco y duro, que después de marchar al exilio dejó una herencia al país: su hijo José Antonio, que quiso remedar la dictadura del padre y murió en el empeño, pero no sin dejar el encargo al general africano Franco.
Pero estoy entrando ya en el terreno de Pedro L. Angosto en este libro; importante porque está lleno de verdades bien investigadas, bien probadas. Tiene sed de archivos y de viejos periódicos y de ellos han salido ya obras importantes y con documentación poco rebatible, aun que serán sin duda rebatidos en un tiempo donde la mentira es el último imperio de las viejas fieras. De los dolores del pueblo cuyo enemigo fue Alfonso XIII salió la II República; de ella, la guerra civil lanzada por la vieja España que parecía perdida con Alfonso XIII; en estas páginas están sus antecedes reales, o mejor dicho regios. Monárquicos. Pedro Luis no es solo revelador de historias perdidas en la masa de lo que llamamos información, aclarador con sus investigaciones de temas ocultos, sino también un excelente escritor y periodista, y de ello ha dado ya pruebas importantes en sus libros anteriores. Sufre, como todo el que aclara la maraña negra del pasado –que está todavía presente, y mucho, en la vida de hoy— de marginaciones, o de alejamientos; saldrá adelante de ellos, y ojalá este libro le sirva para ello, si es que no cae en la indiferencia que es también una de las armas de los otros, de aquellos entre los que no estamos ni el ni yo. Escrito con claridad, adjetivado sin precaución, hecha la historia sin miedo; este libro sobre el pasado es un libro sobre nuestros propios días. Nada empieza nunca en la historia; todo es una continuidad, reformada o empeorada, pero la misma línea aparece en la vida relatada y en la vida contemporánea. Pedro Luis ha tomado de los periódicos de la época, especialmente del “El Socialista”, su base de información y de comprobación, y crea por si mismo la ilación de los acontecimientos: hasta nuestra guerra civil.
Es in libro recomendable en todos sus aspectos, y es un autor que va a suponer un hito importante en la historia difícil, áspera y traidora de España.