España fue durante muchos siglos un país de frontera en la cristiandad occidental. Apurando esta afirmación se puede decir incluso que España era la única región de la cristiandad occidental que vivía en contacto directo con otras religiones. Ese contacto entre las religiones en España no fue sólo de signo conflictivo sino que tuvo desde el siglo VIII hasta el siglo XV manifestaciones de convivencia e intercambio muy dispares. Desde la diáspora mozárabe hasta los levantamientos moriscos del siglo XVI el cristianismo español hubo de ensayar, por pura necesidad, una serie de modelos de convivencia entre los miembros de varias religiones. Esos modelos eran reacción a situaciones históricas y planteamientos sociales muy diversos. Las consecuencias de tales esfuerzos tuvieron necesariamente resultados muy diferentes.
El simple hecho de que los cristianos en España vivían en contacto con el Islam y en un orden social donde los judíos jugaban un papel decisivo en los centros urbanos, tanto bajo dominio musulmán como cristiano, tuvo enormes consecuencias para la identidad personal de cada individuo cristiano dentro de aquella sociedad plurirreligiosa. Un cristiano en el norte de Francia tenía necesariamente otra visión del mundo que la del cristiano en la Córdoba musulmana o, más tarde, en la frontera del reino nazarí de Granada. El infiel para el francés era un ser humano fuera de la sociedad cristiana, una persona que no creía en todo aquello en lo que se fundamentaba su existencia, pero una persona, sobre todo, de la que adivinaba su existencia pero que jamás había visto. Ese cristiano, fuese culto o analfabeto, podía vivir cien años sin encontrar una persona no cristiana. Para el cordobés, en cambio, era el infiel una persona de carne y con la que se encontraba a diario en la calle y de quien podía necesitar asistencia médica, a quien compraba el pan o las berenjenas, o con quien de niño había jugado a las canicas. Esta sencilla realidad no se puede olvidar al plantearse las diferentes visiones de la humanidad dentro de una generalizada e hipotética cristiandad occidental.
El simple hecho de que los cristianos en España vivían en contacto con el Islam y en un orden social donde los judíos jugaban un papel decisivo en los centros urbanos, tanto bajo dominio musulmán como cristiano, tuvo enormes consecuencias para la identidad personal de cada individuo cristiano dentro de aquella sociedad plurirreligiosa. Un cristiano en el norte de Francia tenía necesariamente otra visión del mundo que la del cristiano en la Córdoba musulmana o, más tarde, en la frontera del reino nazarí de Granada. El infiel para el francés era un ser humano fuera de la sociedad cristiana, una persona que no creía en todo aquello en lo que se fundamentaba su existencia, pero una persona, sobre todo, de la que adivinaba su existencia pero que jamás había visto. Ese cristiano, fuese culto o analfabeto, podía vivir cien años sin encontrar una persona no cristiana. Para el cordobés, en cambio, era el infiel una persona de carne y con la que se encontraba a diario en la calle y de quien podía necesitar asistencia médica, a quien compraba el pan o las berenjenas, o con quien de niño había jugado a las canicas. Esta sencilla realidad no se puede olvidar al plantearse las diferentes visiones de la humanidad dentro de una generalizada e hipotética cristiandad occidental.